Era
un viernes por la noche cuando las piernas aún me temblaban por el temible viaje
que en pocas horas me esperaba. Empacar las pastas para el mareo y ponerme un
micropore con sal en el ombligo eran una de las tantas alternativas médicas y
psicológicas que tenía para evitar enfermarme en el bus. Aún continuaba en mi
casa y cada segundo que pasaba se convertía en un minuto largo y estresante;
empezó a llover y en mí continuaba ese presentimiento de que me iba a enfermar
o algo malo iba a pasar. Mi mamá no llegaba, mi abuela tampoco, mi hermanita de
4 años me miraba con cara de angustia al ver que nadie llegaba y yo tenía que
dejarla. Se acercaba la hora de partir,
seguía lloviendo y ningún taxi aparecía. Mi estrés aumentaba porque
temía quedarme sin puesto, o más bien, temía quedarme sin el que yo quería. Al
fin llegó el esperado vehículo y mi madre sólo pensaba en taparme de la lluvia
con una sombrilla que era más grande que el propio taxi. Arrancamos y yo solo
estaba pendiente de mi celular y de no hacer ningún movimiento que me hiciera
indisponer. Estaba tan obsesionada con lo que iba a sentir en el viaje que al
llegar a la universidad ya me dolía la cabeza aterradoramente. Me dirigía en
una pinta muy particular (piyama callejera) a encontrarme con mis compañeros
para prepararnos para la salida. No se sabía si yo llevaba a la maleta o si ésta me llevaba a
mí; de lo que sí estaba convencida era que tenerla al hombro en ese momento no
iba a ser comparable con todo lo que se nos venía encima.
Tener
lista la maleta a tiempo, ponerme la ropa adecuada para el viaje, tomarme las
pastas, llevar lo necesario en la maleta de mano, comprar algo de comer y
entrar al baño fueron mis mayores preocupaciones esa noche.
Corrimos
desesperadamente, bueno por lo menos yo,
cuando dijeron que ya podiamos subir al bus. Fui la primera persona que analizó
el bus por dentro pero terminaron bajándome con un enorme regaño, porque se
iban revisar todas las maletas.
Finalmente
subimos y todo empezaba mal; sillas dañadas, sin televisor, sin aire, un baño
no muy agradable y para empeorar mi amiga se había quedado sin puesto en el bus
por ir a comprar dos mega hamburguesas que serían nuestro sustento durante el
viaje. No alcanzó a llegar a tiempo, entonces ya se imaginarán aparte de todo
como me sentía.
Desde
que el gran bus empezó a desplazarse algo en su motor estaba mal; la verdad es
que nos encontramos con una realidad no muy acertada a la que todos estabamos
esperando. Yo sólo pensaba en comerme mi deliciosa hamburguesa recién preparada
y en dormir todo el viaje.
Lo
único en lo que pensaba era en llegar cuanto antes a Coveñas sin ningún
malestar en mi cuerpo.Pero de repente abro mis ojos y me encuentro con que estamos
varados en una oscuridad abrumadora y un frío tremendo. Nos encontramos en
tierra de osos, perdón, Santa Rosa de Osos. Bajábamos del bus, subíamos de
nuevo, hablábamos, molestábamos para
olvidarnos un poco del incidente. Finalmente los conductores terminarón de
“resolver el problema” y continuamos. Me acomodaba de frente, de lado, subía
los pies, recojía las piernas, las estiraba, ponía mi cobija de almohada, hasta
que volver a mi sueño profundo.
Un
sonido extraño retumba en mi oído y otra vez el gran bus para. Los que dicen
saber de la máquina terminan “reparando”no se qué y al fin logran que ruede. Ya
con varias horas de retraso mi mente y mi cuerpo somnoliento y agotado estaban en alerta a cualquier sonido, a cualquier
movimiento.
Volví
a mi reclinable cama e intenté dormir, al principio fue dificil retomar el
sueño pero cerré mis ojos hasta la madrugada. Hacia las siete de la mañana se
presentó nuevamente ese sonido detestable producido por el motor y quedamos varados
un largo rato en un peaje cuyo nombre sólo
produce hambre “pandequeso”.
Horas
y horas estacionados en el mismo lugar, la impaciencia, el desepero, empieza a
invadir todo mi entorno, pero en un momento como estos sólo quedaba esperar;
tener mucha paciencia. No teníamos muchas opciones de desplazarnos y desayunar
era un plan perfecto en ese momento; entonces los profesores trajeron algo para
comer. Era desesperante lo que estaba ocurriendo porque no había otra salida,
tenía que sentarme a esperar a que se solucionara algo.
Esperaba,
esperaba y esperaba. Pasaba una hora, pasaban 2, y así seguían pasando hasta
completar casi 10 horas de retraso del tan esperado viaje.Estaba realmente
agotada de estar tantas horas encerrada; el calor se hacia cada vez más fuerte al
acercarnos a la costa, era insoportable lo que estaba sintiendo en ese momento.
Algo de claustrofobia fue lo que me empezó a dar cuando veía cómo subiamos y
subiamos una montaña que no tenía fin. Ya no sentía mis oidos, ya no escuchaba
ni me escuchaba; fue algo aterrador!!
Nos
detuvimos para almorzar, descansar y entrar al baño. Avanzábamos cada vez más
pero nunca llegábamos; pasaban las horas, se acercaba la tarde, la noche y ya llevábamos
más de 20 horas encerrados en ese calabozo.Ya no daba más, ya me quería rendir,
me dolía todo; nos decían que pronto llegaríamos pero tan anhelada llegada se
convertia en una eterna visión. Mi
paciencia ya se estaba agotando y empecé a disvariar; no paraba de hablar, me
quejaba todo el tiempo, sinceramente estaba llegando a mi límite. Llegó un
momento en el que no me importaba nada y estaba totalmente frustrada y
desesperada. Por fín llegamos al hotel; fue una felicidad tan grande la que
sentí que no sé cómo las maletas llegaron a la habitación; un gran descanso
invadió mi cuerpo, era como si me quitaran un peso de encima. El recibimiento
de mis compañeros que ya habían llegado fue motivante y todo lo que había
pasado quedaba atrás; ahora sólo tenía que disfrutar y sacar provecho de cada cosa
que hiciera.
Era
delicioso sentir cómo la arena cubria mis pies y me conducía hacia el mar ; era
mágico sentir como la suave brisa cubría todo mi entorno, la música, la fogata,
la arena, el mar hacían que todo fuera diferente, hacían de este momento un
paraíso que me transportaba a otro mundo. Sentí paz, sentí una enorme tranquilidad.
Madrugar, navegar y remar en ese maravilloso paisaje fue algo realmente
espectacular e inolvidable, sentir ese olor particular de la Ciénaga me adentro
completamente a interactuar y a observar todo lo que estaba a mí alrededor.
La
playa me transmitió momentos de serenidad y los rayos del sol convirtieron este
momento en un ambiente cálido y me conectaron con el hermoso paisaje.
Al
subir al gusanito solo tenía ganas de reír, de gritar y de tirarme. El amable
señor sin niungún impedimento procedió a
tirarnos; una hormiga ahogándose en un vaso de agua no tenía comparación a cómo
definitivamente me veía.
Era
hora de coger rumbo hacia el Parque Roca Madre, la subida me dejó sin fuerzas,
quería tirarme a llorar en la mitad del camino, mis piernas no resistían más, sentía
desmayararme; mi cara blanca delataba el mal estado en que me encontraba. Aquí
fue donde comprendí realmente lo que era cargar un maletín de camping en una
pendiente desconocida e infinita para mí; el camino se hizo eterno
Pero
terminé sintiendo una gran satisfacción al llegar a tan maravilloso lugar.
Dormir
y descansar era lo único que pensaba en ese momento; pero lo único cierto era
que esta aventura apenas comenzaba. Había llegado el momento de escalar en
roca, se veía muy sencillo la verdad; pero cuando llegó mi momento, me detuve,
mire hacia arriba y empecé a subir. Ubiqué mi mano derecha, mi pie derecho, e intenté
empujarme; de inmediato me di cuenta que debía agarrarme más fuerte y
posicionarme mejor para evitar caerme. Tenía algo que me sostenía en caso de
soltarme pero todo dependía unicamente de mí, ya estaba en la mitad mire hacia
abajo y quise tirarme, sentí que perdía todas las fuerzas; pero caerme
significaba un golpe tremendo o la pasada de pena más grande por no haber
superado mis miedos. No sé de dónde saque tantas fuerzas pero al fín llegué,
ahora el problema era cómo descender, creo que tenía mareado al instructor de
preguntarle como debía hacerlo, decidí lanzarme y la gritería de todos me llevó
al piso. Seguimos caminando en el aterrador fogón casi deshidratada y sin
fuerzas para volver a subir por un largo sendero en roca que me esperaba; aquí
con la subida por las cascadas puse a prueba la fuerza de mis débiles brazos. Era
de noche y yo sinceramente no sentía mi cuerpo, no sabía que era lo que aún me
sostenía, mis fuerzas salieron a relucir nuevamente cuando pensé en lo
fascinante que sería esta nueva experiencia. Saqué mi linterna, mis botas, mi buso
manga larga para protegerme de cualquier bicho; y el casco que bastante me
sirvió para no lastimarme la cabeza. Un espectáculo nocturno que generaba en mí,
mil sensaciones de temor al saber que me encontraría en un lugar oscuro y
desconocido con criaturas extrañas.
Estaba
a la expectativa de algún acontecimiento inesperado y mi única opción era
enfrentar todo ese miedo y observar completamente todo lo que estaba a mi alrededor.
El
cansancio de esa noche sólo me hacía pensar en cualquier cama; una cama que
terminó siendo la delgada espuma de la carpa. Pensaba en dormir y descansar,
pero me quedé despierta hasta las 2:30 am hablando con “Lore y Gato” (mis
mejores amigos). Nos despertó un fuerte aguacero y me levanté realmente zombi a
recoger todas las cosas que estaban afuera. Si no es porque “Gato” cubre toda
la carpa con un plástico, terminamos totalmente empapados. Era extraño ver cómo
en un sector tan cálido, la neblina y la lluvia estaban presentes. Finalmente nos volvimos a dormir. Ya era un nuevo día y
Morroa, San Pues, Montería y Medellín serían nuestros próximos destinos. En
Morroa y San Pues, un calor abrumador que se complementaba con sus desmotivantes
artesanías. Montería, un lugar que sería fascinante para observar una gran
variedad de animales, pero que terminó convirtiendose en una parranda vallenata
improvisada porque se había ido la luz en gran parte de la costa.Seguimos
nuestro camino hacía Medellin; lo único que deseaba era meterme a la ducha del
terminal para bañarme y degustar un delicioso desayuno en una de las tantas
cafeterías. Llegamos al Parque Explora; una experiencia encantadora que me hizó
descontrolar unas cuantas horas.Llegaba la noche y nos disponíamos para
dirigirnos hacía nuestra ciudad, Pereira. Fue tanta la espera del bus, que ya
contemplábamos la idea de hospedarnos en algun lugar de la ciudad.La
preocupación, el desconsuelo, la rabia, la indignación que sentíamos por culpa del
imcumplimiento y el irrespeto de estas personas nos estaba desesperando
completamente.
Por
fín se dignaron a aparecer estos señores “conductores” y después de una larga y
desagradable discusión tuvimos que seguir confiando en su irresponsable
servicio porque ya el presupuesto de la salida no dejaba opción.
Al
abrir mis ojos sentí una gran felicidad al darme cuenta que estaba sobre el
viaducto; comprendí una vez más que un ángel había cuidado de mí durante todo
el viaje.